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subre la pesca

El pobre dorado había sufrido el ataque de un bestial ejemplar de su misma especie al momento de encontrarse clavado en mi línea. El dorado no obstante, pudo volver al agua en condiciones. El acontecimiento había dejado a las claras que en esas piedras estaban los trofeos que estábamos buscando, pero la actividad de ejemplares de menor porte impedía la posibilidad de capturarlos.

 

Decidimos cambiar el rumbo y nos fuimos aguas arriba. Emilio, nos fue describiendo las piedras mas famosas y la relación de sus nombres con historias y leyendas. Sin darnos cuenta - y sin ningún pique (picada) - fuimos llegando hasta las cercanías de la isla Toledo entonces viramos al sur para intentar en las piedras de la "Confluencia" cercanas a la costa Chaqueña en donde estaban concentradas la mayoría de las embarcaciones que persistían en los intentos. Pasamos una hora perdiendo carnada en sucesivos enganches y sin ver ni siquiera que otras lanchas levantaran alguna pieza.

 

Emilio nos dijo: “Bueno señores queda la ultima Morena viva y se nos viene la noche”. Lo miré a Claudio y vi que todavía guardaba la rabia y las ganas de hacer el último intento. Recobrando algo de lucidez pensé: La piedra “realmente cargada” de dorados era la de Punta Santa Ana, nosotros no habíamos tenido suerte pues el horario en donde la habíamos intentado pescar, no había sido el correcto. Los datos de los buenos dorados capturados por el guía el día anterior, la terrible dentellada que había sufrido el doradito capturado en las primeras horas de la tarde, me ayudaron a concluir que si había alguna posibilidad de jugarnos la última ficha, lease morena o gareteada, era en las piedras de Santa Ana.
Le dije a Emilio: “Marchemos a jugarnos el último intento en Santa Ana”.

 

“Dale” me respondió advirtiéndome que podíamos llegar a quedarnos sin combustible para la vuelta a “El Paso”, pero comprendiendo perfectamente el razonamiento que me había llevado a decidir la marcha hacia Santa Ana.
Me tranquilizó diciéndome que si nos quedábamos sin combustible pediría otra lancha para que nos auxilie.

 

Ya en Santa Ana, Claudio lanzó bien afuera para que en la caída, la morena “camine” por la parte externa de la piedra donde estaban dándose los piques mas violentos. El atardecer ya se había transformado en anochecer. Dos, tres minutos pasaron y Claudio grita “pique, pique!!”. Clava firmemente dos veces, pensando quizá en el pez que se le había escapado en Ita Corá al mediodía. Esta vez no le dio ni medio centímetro de ventaja. El pescado estaba clavado pero no saltaba, ese dato y la hora de la captura nos hizo suponer que podía tratarse de un buen surubí, Emilio había perdido uno el día anterior de mas de 25 kilos en el mismo lugar. De pronto aguas abajo, luego de diez minutos de lucha en las profundidades y a unos treinta o cuarenta metros de la lancha, una enorme media silueta amarilla rompió la superficie del agua con un furibundo cabezazo. “Doradazo de los buenos !” gritamos. Fueron tensos pero disfrutados minutos en donde el dorado ganó varias veces profundidad con violentas corridas hasta que finalmente lo pudimos izar.

 

El premio a la perseverancia 
Volviendo al agua ya en plena oscuridad.
Era un ejemplar de más de trece kilos con un lomo impresionante. Le fotografiamos y lo devolvimos a su medio. Claudio había tenido el merecido premio por no bajar los brazos. La suerte, el no rendirse y una deducción lógica, se habían conjugado para darnos esos instantes por los que uno ama la pesca deportiva.

 

La alegría intransferible, los abrazos y Emilio que pone en marcha la lancha  rumbo al Paso. No habían transcurrido tres minutos de navegación hacia la posada y el motor de la embarcación simplemente se detuvo. Las últimas gotas de nafta se nos habían terminado y quedamos flotando en silencio. Mientras esperábamos la ayuda que ya venía en camino, abrimos la heladera para refrescarnos.

 

Como si todos los dioses se hubieran puesto de acuerdo, en el medio del hielo, las gaseosas y las aguas minerales, un “extra brut” asomaba la silueta. Sabia y generosamente Gonzalo Castagna, el dueño de la Posada y nuestro anfitrión, lo había puesto en la heladera, quizá intuyendo que en algún momento lo íbamos a “necesitar”.
En el medio de la noche etrellada, en una silenciosa lancha anclada en algún lugar del Paraná, se escuchó la típica explosión de un corcho saltando por el aire.

 

Si estas interesao en viajar a estos lugares en busca del Dorado puedes ponerte en contacto con Daniel Calabrese info@tigredelosrios.com.ar o vistar la web http://www.tigredelosrios.com.ar/












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